Última cena en la Mongie. La abuela nos invita al restaurante.
Los enanos 1 y 2 eligieron una raclette. La ración era espectacular. Al menos un quilo de queso, acompañado de ensalada, patatas cocidas y un plato de charcutería suficiente para alimentar a toda la mesa...
El enano nº 3 compartió una fondue savoyard con su padre.
Mi madre y yo comimos una tartiflette (queso reblochon con patatas, tocino y nata, una bomba). Divina juventud: los niños pidieron postre. Por supuesto, crepes.
En Francia se come de maravilla. Está bien hecho, bien servido y el precio muy correcto (como diría una amiga mía).
Todos los días almorzamos en un restaurante nuevo. En la terraza, disfrutando del sol y de la vista. Había mucho donde elegir y se podía comer desde un simple bocadillo a platos más elaborados. Probamos nuevas cosas casi a diario. Fue muy agradable.
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