
Volvía esta tarde de resolver unos asuntillos pendientes por la ciudad, después de haber visto estas enormes y decorativas botellas, cuando me topé con una antigua conocida. Mejor dicho amiga. "S". Casi no nos reconocimos. Un apenas imperceptible fruncimiento de la ceja izquierda la delató. Cuando la información llegó hasta mi cerebro, ya estaba a cinco metros de distancia. Debo añadir que sin ganas de voverme para deshacer el entuerto. Ni siquiera me viré para saludarla.
S. y yo fuimos amigas, o algo parecido, durante mis años universitarios. Cuatro años de aventuras compartidas. Risas en clase, apuntes, exámenes, sábados trasnochados... De todo ello tan sólo ha quedado un poso amargo. No me hubiera incomodado seguir otros ocho años sin cruzármela. Es extraño porque no nos peleamos S. y yo, sino A. y ella. Otra amiga-conocida-desconocida, de la cual no sé nada, ni quiero saberlo. ¿Por qué? No sé. No me apetece escarbar las razones.

Este episodio me llevó a reflexionar durante mi hora de tortura en el gimnasio si es posible hacer verdaderas amistades en edad adulta. Comienzo a dudarlo. Al menos a mí no se me da muy bien.
Como decía, volví al gimnasio. El pasado mes de octubre me llevé el premio a la inconstancia. El destino a veces nos juega malas pasadas. Me explico. Nuestra monitora de step está enferma por lo tanto después de sufrir la media hora previa de abdominales bestiales, tuvimos una hora de body pump (barra con pesos, mancuernas, repeticiones y más repeticiones). Mañana tendré tales agujetas que no podré levantar ni siquiera la seda dental, por eso escribo ahora.

Por último, os presento las flores de la planta del dinero. Vive en mi lugar de trabajo. Bonitas, ¿no? Me pregunto yo ¿es esto una premonición de suerte de cara al gordo (navideño)? ¿Habrá que contar las hojas para averiguar el número ganador? ¿Qué creéis que esto quiere decir? ¿Quiere decir algo?