
Después de desayunar abandonamos, con pesar, nuestro precioso barco. El pequeño crucero por el gran Nilo se había acabado. Ya no veríamos más las orillas del río desde la cubierta del barco, o desde el ventanal de nuestro camarote, mientras navegabamos; ya no comeríamos tan bien como se hacía en el comedor naútico, pero... había que seguir...