A la par que los niños crecen, decrece su tiempo libre. Por otro lado mis padres tienen una agenda cargadísima: viajes, bridge, exposiciones, ópera... Cada vez nos veíamos menos. ¿Qué hacer? Nuestra solución al problema fue establecer una cena semanal en común. Una semana cocina mi madre y otra yo. El postre corre de mi cuenta, a petición propia.
Me encantan los martes. Nos reunimos todos, los niños disfrutan de sus abuelos, los abuelos de ellos y yo de todos. Además, puedo dar rienda suelta a una de mis aficiones favoritas, cocinar (no el rancho diario sino recetas especiales) mirar mis libros de cocina, bucear en la red, buscar una combinación de platos apropiada...
Dicho todo esto, ayer no me apetecía cocinar; mejor dicho, no tenía tiempo. Nos vamos el viernes y tengo todavía muchísimas cosas que resolver. En realidad, me estoy empezando a angustiar.
Desenlace: llamamos al Chino.
La receta no se de donde salió. Tengo una hoja de revista arrancada, seguramente mientras esperaba en alguna sala de espera del médico con alguno de mis enanos...
En fin, la receta aquí.
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