La Luna fue su cómplice
Sabía que tenía que escapar, que le quedaban pocas horas. Debia aprovechar la noche.
El barco zarparía muy pronto, tenía que darse prisa, ya no quedaba apenas tiempo. No llevaría equipaje, empezaría de cero en su nueva vida. Haría borrón y cuenta nueva.
Ya faltaba poco, muy poco... y por fin había llegado, ya lo veía, allí estaba el barco, solamente quedaba esconderse: se le daba muy bien pasar desapercibida. Tenía que colarse en el barco y cuidar de que nadie se diera cuenta. Era pequeña y delgada, seguro que cabría en una de esas cajas de cargamento que iban a ser subidas al barco.
Rápida y silenciosamente entró en una de las cajas de madera. Había algo escrito en ella, pero no sabía leer, ni tampoco escribir. No había tenido la suerte de ir a un colegio, tampoco la suerte de que alguien le enseñara. Tenía que robar para comer. Cuando era pequeña, se padre se fue a la guerra... pero nunca más volvió, y cuando destruyeron se casa ella misma tuvo que presenciar la muerte de su madre. Por eso debía huir: aquel ya no era su sitio, su hogar. En los trece años que allí había vivido, había aprendido a desconfiar de todo y de todos, y también había aprendido a guiarse por el instinto...
Y se quedó dormida.
De pronto notó una gran sacudida. El barco había anclado y supo que lo había conseguido, que había llegado "al otro lado". Era España, pero ella no lo sabía, sólo sabía que debía actuar rápido. Salió de la caja y corrió a esconderse a la playa. Pensó que tras las rocas no la verían y se deslizó por la arena. Escogió la roca más grande, de un color negruzco, como escondrijo.
Estaba amaneciendo.
Cuando el barco hubo zarpado de nuevo, se atrevió, con mucha precaución, a salir del escondite.
Su melena se alborotó y ondeó con la fresca brisa matutina. Entonces sonrió a la Luna, que ya se iba a dormir, y dio gracias por todo.
Se sentía muy feliz, por primera vez desde... ya no recordaba la última vez que había sonreído.
Los rayos del Sol, que bañaban su tez morena, ya se asomaban tímidamente en el horizonte.
Estaba dispuesta a comenzar de nuevo. Aquella mañana empezaría por un baño en el mar, para refrescarse y olvidar los malos tiempos. Habían terminado.
Por fin.
Y aún sonriendo, se lanzó al mar.
Escuchar, todo un reto
Me llamo Martín y vivo en España. Nací hace nueve años. Cuando tenía tan solo dos años, mi padre murió. Mis desgracias no acabaron entonces, más bien comenzaron. A los dos años de la muerte de mi padre, mi madre se reunió con él en el cielo. Entonces tuve que irme a vivir con mi tío. Tal vez por esto nunca aprendí a escuchar.
Mi incapacidad para escuchar me ha causado muchos problemas. El primero de todos fue que mi tío se cansó de tener que repetir constantemente todo lo que me decía. Recuerdo que siempre me repetía:
- Debería mandarte a un internado para que aprendas a escuchar...
Hasta que un día lo hizo y ahora vivo aquí.
Me dicen que tengo que escuchar pero no lo consigo. ¿Cómo se escucha? En clase siempre estoy en las nubes y en el recreo me hablan y no me entero.
Me pasaban situaciones embarazosas, como aquella vez que fui con la clase a la piscina y, como no me había enterado, no tenía bañador ni toalla. Me prestaron un bañador de chica y, francamente, pasé un mal rato. Mis notas podrían ser mejores: he llegado a suspender exámenes por no escuchar... Un día estaba jugando y llamaron a comer. Yo, como era habitual, no lo oí y no fui. Pasé mucha hambre hasta la cena. Esto son sólo unos ejemplos...
Las navidades llegaron un año más y yo seguía sin escuchar. Ya no tenía amigos y me sentía muy solo. Yo quería mejorar, así que decidí intentar escuchar. ¿Por dónde empezar? En clase me concentré al máximo para prestar la mayor atención posible. Al principio, me dolía mucho la cabeza y a veces se me iba el santo al cielo, pero seguí intentándolo. Al escuchar atentamente la explicación del profesor me di cuenta de que no la entendía muy bien. Levanté la mano y pregunté. El profe pareció muy contento por mi pregunta y me aclaró el problema. Un mundo nuevo se abrió ante mí. Descubrí que me gustaba estudiar. Descubrí que podía hacer a la gente a mi alrededor más feliz si les prestaba atención. Descubrí que yo también estaba más satisfecho así. Ya no tuve que soportar más situaciones vergonzosas.
Desde entonces mi vida ha cambiado. Tengo muchos amigos y mis notas han mejorado. Me escribo cartas con mi tío y voy a pasar las vacaciones de verano con él. ¿Quién sabe? A lo mejor se da cuenta de que ya he aprendido a escuchar y podemos volver a vivir juntos. ¡Ese sí que sería un buen regalo!
6 comentarios:
lunes, 27 abril, 2009
Commovedor... y práctico, este segundo relato. tambien tiene de la psicología del autor.
lunes, 27 abril, 2009
Sí, el relato de la enana nº1 me pone la carne de gallina, la animé a que lo convirtiera en un relato corto, porque esto es más bien un esquema y tiene potencial pa' más, pero nada, por ahora pincho en hueso. Seguiré insistiendo. Es lo que tenemos las madres, somos más pesada....
Sobre el segundo, todos ponemos algo de nosotros mismos al escribir...incluso sin darnos cuenta, simplemente la manera de expresarnos ya nos descubre.
Saludos
lunes, 27 abril, 2009
Estos niños tienen madera de narradores.
Y el segundo añade a su calidad literaria una asombrosa madurez.
Felicidades a la madre que los parió.
SAlu2
lunes, 27 abril, 2009
Estimado Tordón,
tal vez estos enanos lleguen a escribir la novela que yo no lograré nunca.
Eternamente agradecida, Conguito
martes, 28 abril, 2009
A mi también me han gustado. La verdad son muy jóvenes para saber expresar tan bien...se entiende que hayan ganado. Enhorabuena!.E.
martes, 28 abril, 2009
Querida Madrina E., tú siempre viendo el lado positivo de todo. Por eso te quiero tanto. Besos. Conguito.
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