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Los tulipanes han salido hace tiempo. Me encantan. Desafían la tierra como espadas y salen ergidos siempre mirando hacia arriba. Rompen a través del suelo, en una explosión de color que nos anuncia la primavera, la luz, el calor. Como todo es efímero, en algunos lugares ya empiezan a marchitarse.
Esta mañana, de camino al trabajo, me fijé en este tulipán. Una pincelada amarilla en medio de tanto rojo. El pobre no se puede esconder. Tiene que soportar su idiosincrasia pasivamente. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así? Tierra trágame. Ese es el sentimiento más cercano.
También puede ser una diferencia buscada, provocada. Hoy en día la presión por ser original nos lleva a escoger nombres para nuestros hijos de lo más inverosimil. Es la eterna contradicción, pertenecer a un coletivo y, a la vez, diferenciarse de él. Dejar nuestra impronta. Destacar.
A lo mejor lo puso ahí un jardinero muy español. O el mismo tulipán cambió su color por patriotismo.
Sea como fuere, a mí me a proporcionado un entretenimiento de camino al trabajo y una alegría a los ojos.
Tiramisu
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Este postre conocido y apreciado por mucha gente, no es antiguo sino que
fue creado alrededor de los años 50 del s.XX, y es de facil elaboración,
como s...
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