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Este es el vestuario donde la enana y yo nos duchamos los sábados y domingos, tras la clase de tenis.
En el vestuario femenino reina el silencio. Estamos todas calladas, circunspectas, recogidas, casi se diría en un santuario. Las chicas que se conocen o vienen juntas, cuando hablan, lo hacen en un susurro. Todas nos miramos furtivamente, secretamente, intentando que nadie lo perciba. Personalmente me siento incómoda. Me domina la impresión de ser observada, juzgada, es aplastante. Puede que sólo me ocurra a mí, a lo mejor estoy paranoica y demasiado pendiente de mi misma...Estamos demasiado ocupadas, concentradas, absorbiendo todo detalle: qué figura tiene esa, qué ropa se pone aquella, cuáles son sus productos de belleza, la otra se pasea desnuda impunemente, aquella adolescente se cambia en la cabina (qué ridículo), esta otra abuela se seca el pelo. Son muchos datos.
Me cuentan que en el vestuario masculino la acción transcurre de otra forma. Se habla, se bromea, se actúa con naturalidad. Creo que esto es un ejemplo más de las diferencias entre sexos. No sólo somos distintos en el exterior, también lo son nuestra forma de pensar y de percibir el mundo. Iguales en los derechos, diferentes en la anatomía. La pareja perfecta.
Tiramisu
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Este postre conocido y apreciado por mucha gente, no es antiguo sino que
fue creado alrededor de los años 50 del s.XX, y es de facil elaboración,
como s...
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