Ayer tuve la suerte de ir a la ópera. Mi padre me cedió su puesto ya que había visto esta obra en el Teatro Real de Madrid esta temporada. Gracias, papá.
La música preciosa. La orquesta muy bien. Los cantantes, buenos actores y la mayoría bien. Guiseppe Gipali, que hacía de Riccardo, no tenía mucha potencia, pero como estábamos en la primera fila no importó mucho. Elena Manistina, como Ulrica, im-pre-sio-nan-te. Beatriz Díaz, en el papel de Oscar fan-tás-ti-ca ¡qué torrente de voz!¡qué buena actuación! Ángel Ódena, Renato, muy convincente y la pareja de bajos Iván García ( Samuel) y Elia Todisco (Tom), bien y además aportaban un toque de humor.
Pero como nada es perfecto, también hubo peros. La puesta en escena, de la mano de Susana Gómez, ha sido muy criticada. Me uno a estas críticas. El montaje en sí estaba bien hecho. Bien aprovechado el escenario y sus posibilidades. Desgraciadamente la progresía salpica todo en estos días y esta producción muestra unos detalles de mal gusto que se podían haber ahorrado. Imagino que lo han hecho pensando que así es más fácil de vender el montaje, cosa que no entiendo muy bien. Los detalle que me sobraban (y no estoy sola) son estos:
- Hombres vestidos como mujeres, bailando. Siempre me ha fastidiado esta manía de los hombres de vestirse como nosotras. Somos suficientes para que nos pisen los papeles. Si encima es de balarinas, peor. La bailarina representa la ligereza, el ser etéreo. Un tío de uno setenta y cinco con la estructura ósea y muscular de un bailarín no puede ser etéreo, por muy bien que mueva los brazos.
- Ulrica, que en el libreto original es una bruja, aquí es una partera. Nos pusieron una señora retorciéndose de dolor, dando a luz. Corramos un "estúpido " velo.
- Cuando Amalia va a buscar la hierba necesaria para curar el mal de amor. En esta versión la hierba es droga y se la compra a unos camellos que luego casi la violan sobre el escenario. Prescindible.
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