Esta semana pasada fue accidentada. Mi mejor mitad se hizo un esguince corriendo. Por la noche. Sin móvil. Lejos de casa. Hemos aprendido dos lecciones:
- No se corre por sitios mal iluminados
- Siempre se lleva el móvil
Por otro lado, a mi enana le salió un juanete de sastre (lado del dedo meñique) durante las navidades. Se ha instalado cómodamente en su pie, no parece querer irse. De nuestra visita a nuestro traumatólogo (sí, necesitamos uno, somos de lo más burro) sacamos en claro que hay que esperar. Podía ver la desesperación en los ojos de la enana...
Tengo que ir a clases de tenis sola, sin mi media naranja. Lo echo mucho de menos. Encima los de mi grupo (principiantes) no vienen. Me ponen con los que saben de verdad. Los que colocan la bola donde les place. Los que estampan la bola como si fuera de mantequilla. Es que a veces ni la veo... El profe no tiene piedad y me manda hacer los mismos ejercicios. El domingo lo pasé francamente mal. La primera mitad de la clase la pasé mentalizándome de que nadie me miraba. Por fin, conseguí percatarme de que no soy la única que falla (por algo van a clase también). Como me gusta ver el lado positivo, el sábado aprendí a bolear y el domingo a cortar la bola. Si seguimos así, en primavera voy a pegarles una pasada a los de mi grupo que van a alucinar (si deciden volver, claro).
Por último, pero no menos importante, tengo que decidir qué hacer durante el verano. Mi plan original era ir dos semanas a New York a visitar a mi queridísima amiga B. Como no quiero ir sola, me llevo a la enana. Hasta ahí perfecto. Estoy muy ilusionada. ¿Qué hacemos con las otras dos semanas? Esto es ridículo. Como dice un amigo mío: me gustaría tener tus problemas... El quejarse siempre es terapéutico. Ya me siento mejor. Hasta mañana.
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